PRIMERA INSIGNIA



—No, por favor, Drak, no lo hagas.

—¿Qué hiciste tú cuando ella te pidió que te apiadaras? ¿Tuviste misericordia? —Por respuesta, giró la cabeza—. Lo sabía.

Frunció el entrecejo. La cicatriz que atravesaba la cara del cazarrecompensas de una oreja a la otra a la altura de la nariz, se convirtió en un profundo surco. Drak Ced trabajaba como contrabandista independiente en Nuriko. Le gustaba frecuentar el Bronze.

—¿Qué hace una chica tan linda como tú en un matadero como este?

—¿Eso te funciona con las demás?

La sonrisa de carmín le coqueteó. Aunque supo desde el principio que le iba a costar más trabajo del habitual.

—Eso depende. ¿Esa respuesta te sirve con los otros?

Los ojos rasgados le sonrieron. 

—Por lo menos me paga las cervezas. ¿Qué dices, Scarface? —ladeó la cara. Sin querer, le mostró el cuello.

—¡Sunny! —Un cantinero barrigón levantó la cara—. Dos oscuras, por favor.

El cuchitril donde vivía Drak no la disuadió. Hicieron el amor como bestias y a la mañana siguiente amanecieron abrazados.

—Es raro que tengas la piel tan blanca en un infierno de planeta como este.

—Uso un buen bloqueador ultravioleta —le respondió mientras le acariciaba el grueso y nervudo brazo.

—Tengo que irme. Soy “repartidor” y un embarque me espera —se levantó de la cama y se puso los pantalones.

—¿Y es urgente que lo entregues justo ahora? Tal vez, si te tardas cinco minutos, tu cliente se moleste un poco —paseó el índice por la sábana—, pero no creo que te mate.

Drak sonrió.

—Ni siquiera sé cómo te llamas.

—Ni yo tu nombre. ¿Eso importa?

El contrabandista se abalanzó sobre ella y el embarque se retrasó. Siguieron frecuentándose en el Bronze. A veces iban al lugar de Drak o a veces al de Dizzy después de beber de forma copiosa y bailar. Procuraban no dormir en esas ocasiones. Acababan tan cansados, que se acostaban abrazados y se acariciaban, en tanto el ventarrón levantaba tolvaneras en el exterior. 

—Así que ahora me dices, ¿dónde está?

—¿Y qué ganó yo? Como sea, soy hombre muerto.

—Esperaba que respondieras eso. —De un machetazo, le arrancó una pierna. Un alarido se escuchó hasta las antípodas de Nuriko—. Te juro que lo que te haga él, será menos doloroso. Habla, si no quieres acabar en cachitos, antes de que te arranque el corazón y  después haga que te lo tragues antes de morir. —Pascal sacudió la cabeza—. Tú lo pediste, pedazo de cagada.

—¡No! ¡No! ¡Nooo!

El viento agitó unos arbustos enanos que se aferraban a la tierra seca en medio del desierto.

—¡Pedazo de cagada! ¿Esto es para mí?

—¿Qué opinas? —le enseñaba una casa. La propiedad estaba en lo que antes había sido una granja hidropónica.

—¿Qué es esto? ¿Una proposición? ¿Esto te funciona con las otras chicas?

—Eso depende, ¿esa respuesta te ha funcionado con los demás?

Dizzy se levantó en las puntas de los pies y unieron los labios. 

—Tranquila… respira profundo… y… dispara.

El patio trasero de la granja era el lugar perfecto para los dos. Drak le enseñaba a Dizzy cómo empuñar un desintegrador. Aprendió con rapidez.

—Por favor, ya te di lo que querías, por favor.

—¿Qué fue lo último que ella te dijo?

Pascal tragó aceite.

—Que a ella no la tocara.

Los ojos le escocieron a Drak.

—Te voy a dar la misma respuesta que tú le diste.

Y de una patada lo arrojó al tanque. Pascal ni siquiera pudo gritar. El ácido de inmediato le inundó la garganta y los pulmones.

—¿Ya estoy lista para acompañarte?

Drak lo pensó.

—No sé, es que es complicado. El contrabando no es algo en lo que las mujeres y los niños puedan trabajar sin riesgo, y tú calificas en ambas categorías.

—¿Te hago una lista de las contrabandistas que tan sólo en esta galaxia podrían patearte el trasero?

—Ninguna —Drak se desternilló—. ¿Esa respuesta te funciona con los otros chicos?

—Eso depende. ¿Funcionó contigo?

Llegaron al hangar y abordaron la Nexus. Un crucero de batalla de clase Hidra modificado.

—Y, por acá está el puente de las defensas —Una escalera a babor de la nave iba desde la cubierta principal hasta una torreta, desde la cual se controlaban los desintegradores y los cañones de plasma, de los cuales había cuatro por ala.

—¡Esto está mejor que nuestra casa!

Drak bufó:

—Créeme, no es tan cómoda cuando tienes que pasar dos o tres semanas encerrado en ella.

—¿Y el dormitorio? ¿La cama sí es cómoda? —Se sonrieron con complicidad. 

Un ruido metálico los alertó.

—¡Hola! —Drak se levantó. Dizzy cubrió su desnudez con una sábana—. ¡Perdón! ¡No era mi intención interrumpirlos! —Drak lo encaró. No se molestó en vestirse—. ¡Drak! ¡Amigo! ¡Ya había escuchado que eras un contrabandista sobresaliente! ¡Pero no me esperaba esto! —se carcajeó.

—¿Qué diablos quieres. Müllens? Desde que dejé a la Corporación Tyrell trabajo por mi cuenta, ya te lo había dicho.

—Escucha, nunca aceptó un “no” por respuesta. Además, esos Tyrell eran una panda de perdedores. —Cuatro hombres rodearon a su jefe. Este se sentó en el habitáculo de la cubierta principal y puso las botas encima de la mesa—. Deberías agradecerme. De seguro ya escuchaste lo que les pasó.

—Escuché que unos matones se aprovecharon, los traicionaron y les tendieron una trampa.

Dizzy cerró la puerta con brusquedad.

—¿Qué bonita? ¿Es la nueva? No me gustaría que algo malo le pasara.

—Le tocas un pelo, un solo rasguño que le hagas y voy a meterte ese par de piernas mecánicas de canto por el culo —señaló las prótesis.

—¡Qué rudo! No hay necesidad de tratar a los viejos amigos así —Llamó a un marciano contrahecho. Al acercarse, le entregó unos documentos y un estilógrafo—. Tu rúbrica, por favor.

El marciano se puso de espaldas a Drak y sostuvo el contrato entre la diestra y la giba. Drak tomó el estilógrafo, lo sopesó con la mano, se fijó en el papel y, como un rayo, clavó el documento con el estilógrafo en la espalda del jorobado.

—¡Aaah!

—Escucha, Drak, trabajarás para la Banda de los Huesos Cruzados, quieras o no —le golpeó el pecho con la punta del índice derecho con cada palabra. Drak se lo agarró y amenazó con romperlo.

—Aléjate de mi vista.

Dizzy se volvió una tripulante habitual en la Nexus. En medio del salto warp hacían el amor. La puntería de Dizzy era endemoniada si se trataba de defenderse de piratas o asaltantes. Incluso, aprendió a disfrazarse por si algún crucero federal los abordaba en los retenes.

—¿No es usted muy joven para ser la comandante del… —Un oficial de cara estirada volvió la mirada al archivero que Dizzy le entregó—, Halcón?

—Soy mayor de lo que parezco.

—Todo en orden, señor —un soldado saludó al teniente.

—De acuerdo, puede seguir, señorita. Soldados Biggs y Wedge, entreguen su reporte en el puente —ambos lo saludaron y salieron de la nave.

Drak salió de un compartimiento oculto en la cubierta principal.

—¿El Halcón? ¿No se te ocurrió algo más original?

—Sí, podrías haber sido tú el que los encarara.

—Olvídalo, ese tipo me conoce a la perfección, ya hemos tenido el gusto.

Las tres lunas de Nuriko estaban ocultas tras las montañas. 

—Debiste verla, Kyle, qué pedazo de hembra. Y cuando me le acerqué, ¿qué crees que me dijo? —El silencio le respondió—. Kyle… ¿Kyle? —Ni siquiera tuvo tiempo de empuñar el rifle de plasma o de gritar. La oscuridad lo devoró.

—Tengo un nuevo embarque, esta vez el viaje es largo, ¿sabes? Tenía algunas ideas. El planeta Fhloston queda a menos de un cuarto de pársec. De regreso podríamos llegar ahí y pasar unos días.

—No voy a acompañarte en esta ocasión, chango peludo. —Drak miró a Dizzy confundido—. Es que la radiación espacial podría hacerle daño al bebé.

—¿De qué estás…? — Drak se quedó con la boca abierta—. Yo… tú… nosotros…

—¡Eres un tonto! —la risa de Dizzy lo interrumpió.

Se abrazaron, se besaron, se entregaron y, al terminar, comenzaron a construir castillos en el aire.

—¡A ver, imbéciles! ¡Kyle! ¡Lorth! ¿Dónde diablos están? —Por más que buscaba mediante las cámaras, no los encontraba—. ¡Les toca entregar la guardia! —Sólo estática en el radio—. ¡Con un carajo! ¡No es divertido! ¡Respondan! ¿Me oyeron? ¡Repfff…! —una mano con los dedos gruesos y el dorso surcado por cicatrices ahogó el grito que pugnaba por salir.

El llanto inundaba la casa. Para Dizzy y para Drak era como si una sinfónica tocara en la Casa de la Ópera.

—¡Ven con papá, Joan! ¡Ven con papá! 

La pequeña, de ojos rasgados y cabello oscuro sonrió en cuanto Drak la levantó de la cuna y recargó una mejilla sonrosada en el hombro del contrabandista cuando se la acercó al pecho.

—Conmigo no se consuela así de rápido.

—Es que ella adora a papá. ¿Verdad, Joan? —la chiquilla le sonrió—. ¿Por qué crecen tan rápido? 

—Ya sé. Si supieras cuánto te extraña cada que sales.

—Está hermosa. Es idéntica a ti —Drak se puso serio—. Dizzy, he pensado… Es que quisiera que este fuera el último trabajo. Me van a pagar lo que ganaría en diez viajes, así que… quería comprarle el taller de naves al viejo Don… no sé. ¿Qué te parece?

—Y yo sería la señora del señor mecánico. Mmm. Suena bien por mí. 

—¿Segura? —El corazón de Drak estaba emocionado.

—Segura, cosa horrible. Joan necesita algo que tú y yo no tuvimos de niños. Además, quizá sea tiempo de pensar en darle un hermanito —Se besaron—. ¿A dónde es el embarque?

—Nueva Vegas.

—No me digas, morfogonina —Drak asintió—. Bien aquí te esperamos.

A la mañana siguiente, Drak besó en la boca a Dizzy y en la frente a Joan. La niña agitó la manita. El viaje pasó sin contratiempos. Ni cruceros de la Federación ni piratas. Nada interrumpió su camino. Entregó la carga. Le pagaron tantos dims, como nunca había soñado en su vida, y emprendió el regreso. La última vez que hablo con Dizzy vía microondas todo estaba en orden. Llegó a su casa por la tarde. Alphard aún estaba alta en el cielo. Entró. El carillón campaneó. Nadie salió a recibirlo. No le extrañó, a veces las encontraba dormidas. Fue a la habitación y ahí estaba Dizzy. Se veía un poco pálida. 

—“Quizá pescó un resfriado” —pensó Drak. 

Se acercó con cuidado. La besó en la frente. Unas alarmas en el interior de su cabeza se activaron. Estaba fría. Con el corazón desbocado, arrancó la cobija de la cama. Drak, que durante su vida delictiva había visto cosas horribles, no pudo evitar las arcadas. Vomitó junto al lecho, hasta que sintió que su abdomen estaba vacío. Con los ojos llorosos, se percató de que en todo el rato no había escuchado un sólo sonido. Corrió por los cuartos, levantó los muebles, incluso abrió el frigorífico. No dio con Joan. Con la vista nublada, salió al patio. En una tina en el medio del jardín flotaba un retaso de tela. Con paso lento se acercó. Unos labios amoratados le suplicaron auxilio desde el fondo. 

—¡Nooo! —El recipiente se volcó y lo empapó desde la cabeza hasta los pies. Abrazó a su niña contra el pecho. Intentó reanimarla, sin embargo, el cuerpecito comenzaba a despedir un olor desagradable—. ¡Joan! ¡Mi bebé!

—¡Quieto!

No se resistió. Los guardias federales lo esposaron y lo arrestaron bajo el cargo de homicidio doble. Dados sus antecedentes, lo encerraron en un penal de máxima seguridad en lo que se resolvía el caso.

—¡Ced! ¡Drak Ced! ¡A la reja con todo y chivas! —Casi dos años después, el celador le entregó sus pertenencias y lo guio a la salida—. ¡Quién fuera a decirlo! Bueno, no podrás negar que se hizo justicia. Igual no fue expedita. La culpa la tienes tú por no decir una sola palabra en todo este tiempo. Ahora vete, y hazme un favor, no quiero volver a ver tu horrible carota por aquí.

Alphard le quemó el rostro. Un viento seco levantó el polvo. Sus pasos se dirigieron a la cantina. El Bronze, sin Dizzy, ya no era lo mismo. Las colillas se apilaron en el cenicero, las botellas, a su lado. 

—¡Qué bonita medalla! —le decía una chica a un tipo con gabardina de piel negra. Estaban sentados junto a él en la barra. Un letrero que anunciaba una recompensa por un felón colgaba frente a ellos.

—Es la insignia que nos da la Federación al entregarles una marca —el cazarrecompensas señaló el cartel.

—¿Y sólo es la medallita? ¿O viene con algo más sustancioso? —el fulano se carcajeó, pagó la cuenta y se llevó a la tipa.

Aún embotado por el humo del alcohol, Drak tuvo una epifanía. Se enlistó en la comisaría de la Federación. Y ya sabía cuál sería su primera medalla. 

—Drak, amigo, no te lo tomes tan a pecho —Müllens estaba encadenado a una silla que pendía sobre un tanque.

—Lo único que debías hacer, era no meterte en mi camino —Drak le ató unas bolas de hierro.

—¿Crees que voy a poder nadar atado? ¿Para qué son las pesas? —Drak bajó la mirada hacia el líquido—. ¿Qué es eso? —Un hueso reblandecido se asomó y lo saludó—. ¡Espera! ¡No! ¡Soy más valioso vivo! ¡No, por favor! —Drak activó una palanca—. ¡Nooo!

Müllens se precipitó. La silla salpicó el ácido contra las paredes y unas burbujas irrumpieron contra la superficie.

—No te lo tomes tan a pecho, Müllens; esta es una insignia que no pienso cobrar… —corrió la cerradura del taller y, sin volverse, se alejó.


Relato de Pedro Luis Chávez Aguado

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