Huyamos

 -                     Huyamos – susurra al abrigo de las sábanas. El último refugio donde ser libres, donde ser ellas. La mujer de grandes ojos marrones le devuelve una tímida sonrisa, le acaricia el pelo. – Huyamos. – repite, el ansia en cada sílaba.

-                     No podemos. – le quiere gritar, golpear, sacarla de su fantasía. Se conforma besando la frente de la mujer que ama. Un sollozo. Y llega la duermevela.

Se escurre de entre sus brazos pese a la resistencia. Sale de la seguridad de la cama y deja a la joven dormitando. Se viste a oscuras, con rapidez, en silencio. Cuando cierra tras de sí la puerta, sabe que es la última vez.

Las máscaras fueron impuestas hace 300 años. Inexpresivas, cubren sus rostros por completo, distorsionan sus voces, les otorga un túnico tono monocorde. Los trajes negros ocultan curvas e igualan las alturas. Esconden las identidades individuales para crear la Casa. Solo en la intimidad de sus alcobas recuperan su nombre, unos breves instantes de emociones donde la realidad solo es una sugerencia. Aún así, mientras camina entre los largos pasillos, se repite que todo tiene un límite. También la libertad dentro de sus cuatro paredes. Sobre todo, la libertad dentro de sus cuatro paredes.

 

Los miembros de la Casa se reconocen entre ellos, pese a todo. Hay un límite en el control que se puede ejercer sobre los movimientos, la postura, la mirada. Por eso, le da un vuelco el corazón cuando la ve entrar. Se le encoge el estómago cuando ve cómo se dirige al centro de la sala y toma el trono. Los supervivientes tienen prohibido hablarle a los recién elegidos sobre su destino, pero eso no hace que se sienta menos culpable. La ama, pero ama más a la Casa, se repite en un vano intento de consolarse. No es el amor, es el miedo. Atroz, desnudo.

 

La primera sesión dura a penas unos minutos. Por muchas capas que lleve encima, el cuerpo es el que es. No hay más donde sacar sin matarla. Suele ser habitual, sin embargo, que los pequeños y salvajes recipientes sean los más poderosos; los gritos que han llenado la sala han cumplido su cometido. La mujer de grandes ojos marrones observa cómo se llevan a su inconsciente amada y siente ganas de vomitar. No se mueve, no se deshonra hasta que la dulce Teda es solo un recuerdo. Mientras recoge los trozos de alma, se consuela pensando en cómo la cubrirá de besos esa noche, en cómo se beberá su pena y calmará su dolor. En un absurdo gesto romántico, los coloca junto a los de la suya. La pared se ilumina durante un breve instante antes de llevarse la energía a los puertos.

 

Aquella noche, por primera vez, es ella quien desviste a la otra. Más por necesidad que por deseo: la primera sesión ha infligido más daño del esperado. Algunos miembros de la Casa no son suficiente, nunca lo serán. Pero para ella, Teda lo es todo. Incluso ahora, más parecida a una cáscara que a un fruto maduro.

 

La ayuda a tumbarse, desnuda y frágil, entre las sábanas de la cama que comparten a escondidas de la Casa. La alimenta como a un pajarillo herido, mientras le canta una hermosa nana con su voz grave. A Teda le encanta su voz, la real, la humana. A ella siempre le ha parecido vulgar, como toda ella. Hasta que se conocieron, ser la Casa siempre había sido una bendición.

 

La Casa se creó hace 300 años, cuando el mundo se derrumbó. No, corrección: cuando el ser humano derrocó al mundo. En el caos, crearon un rayo de esperanza, un diminuto sacrificio que los salvaría a todos. ¿Qué eran unas pocas almas a cambio? Con el paso de los siglos, la selección natural dio paso a la genética. Ahora, miles de recipientes de almas se crían con el fin último de ser inmolados por el bien mayor. Y todo lo demás da igual.

 

Excepto Teda. ¿Verdad? Ella le importa de verdad. Más que su propia vida, que la Casa, que la humanidad.

-                     Huyamos. -le susurra, presa del dolor. Le besa la frente y le sigue cantando, ignorando sus súplicas. Pese a todo, quizá no sea tan importante.

Vela su sueño inquieto, mientras observa las prendas de la Casa tiradas por el suelo. Debería recogerlas. Debería cuidarlas. El lino se arruga con solo mirarlo, y las arrugas son un signo distintivo, algo que puede diferenciarlas. Seguramente por eso escogieron esa tela: para obligarles a concentrarse en su no-identidad, para que siempre estuvieran pendientes de su exterior, para que olvidaran todas las emociones que bullen dentro. Si pierdes el tiempo planchando, no podrás pensar con claridad.

 

Teda ronronea junto a ella, en el limbo entre la consciencia y los sueños. Las pesadillas, piensa. Rememora a las otras que también le pidieron huir, que soñaron entre sus brazos tras sus sesiones, incapaz de recordar sus nombres. Quizá también se olvide del de Teda.

 

Los recipientes salvajes, los pocos que aparecen espontáneamente entre los nacimientos naturales, van muy buscados. No aparentan gran cosa: figuras menudas, con la piel quebradiza, siempre al borde de la muerte. Pero la Casa sabe que son los mejores. Sus almas ansían salir pronto, mientras sus débiles cuerpos las contienen como pueden. Esa energía, ese anhelo de fugarse, produce una esencia más pura que la de un centenar de criados en cautividad. Con un salvaje pueden alimentarse durante meses, aparcar las sesiones mientras hacen crecer más el pequeño zoo de gente sin rostro.

 

Es incapaz de mirar cómo la arrastran hacia el trono, como patalea y se resiste. Esta sesión dura algo más que las anteriores. Teda se resiste a la extracción. Nadie se mueve, nadie intenta ayudarla. Ella se fija en sus fragmentos ya extraídos, los identifica con facilidad. Su rojo se tiñe de morado en las zonas en contacto con el vidrio, con cada sesión más morado y menos rojo. Es precioso, distinto al resto.

 

El último grito ha sido desgarrador, pero se siente la satisfacción en la sala. Se consuela pensando que siempre podrá volver a observar sus botellas cuando ya no esté.

 

-                     Huyamos – le implora.

El blanco de los ojos está enrojecido por los vasos sanguíneos que han reventado durante la sesión. Tiene las extremidades amoratadas, alguna yaga a la altura del vientre. Las incisiones supuran un líquido blanquecino y maloliente. Le aplica yodo en la herida abierta de la cabeza, donde la han golpeado durante el forcejeo. Nada grave, se convence.

 

El sol se está poniendo. El bastión de la Casa se cierne sobre un acantilado que 300 años antes estaba conectado a una de las islas libres. Las que no se rigen por las almas, las que solo están habitadas por humanos sin ciencia, con las emociones a flor de piel. Un recordatorio constante de lo que la Casa quiere evitar a toda costa. Ha sacado a Teda a respirar, a obligarla a darse cuenta de su papel. Le permite sacarse la máscara y retirar el modulador de voz, pero la retiene cuando intenta saltar.

 

Teda no dice nada más. Desde hace meses, su vocabulario se limita al grito de auxilio y poco más. Cada vez está más ausente, y ella sabe que es porque cada vez le quedan menos trocitos de alma que entregar. Sabe que su cuerpo, indomable, está sucumbiendo lentamente. Se calma pensando que el sacrificio de Teda les dará la oportunidad a miles de criados a prepararse mejor para guardarse una pequeña parte de lo que les hace humanos. Les permitirá sobrevivir, como hizo ella.

 

Porque la Casa sabe cuándo vale la pena una última sesión o cuándo es mejor dejar un despojo con una chispa de algo parecido a la vida. Además, a la Casa le interesa que queden vivos algunos, con canas que se escapen estratégicamente por las telas de lino, con andares más cansados y lentos, con aspecto frágil que ni todas las máscaras, moduladores o trajes puedan ocultar del todo. Así todo es más fácil.

 

Cuando llega la primavera, las vasijas salen a las calles con sus trajes del color del alma. Las ciudades semi-sumergidas se visten de colores, cada balcón se engalana de flores rojas para conmemorar las almas que les abastecen de energía el resto del año. En cada esquina se escuchan canciones, las calles se cubren de adornos color púrpura y las familias salen en estampida a dar la bienvenida al nuevo Sol.

 

Los desfiles son magníficos. Una fiesta donde la vida demuestra que siempre encuentra una manera por muy retorcida que ésta sea. En las primeras filas se amontonan los críos, tirando pétalos de rosas rojas a la comitiva. Los vítores son ensordecedores, pero ella sabe que la Casa observa: saben qué han de buscar. Solo con que encuentren a un recipiente salvaje toda aquella fanfarria habrá valido la pena.

 

Pero ella solo tiene ojos para la nuca oculta de Teda que camina unos pasos por delante. A diferencia del resto, no saluda a la multitud. Es como si la mente de Teda estuviera a miles de kilómetros, de horas, de ahí. Quizá piensa en la protección de sus sábanas o en los tiernos y vacíos besos tras las sesiones. Quiere creer que no deben quedarle muchas más, que pronto descansará de verdad.

 

Un menudo niño de no más de siete años se planta en mitad de la calle, un enorme ramo de flores como ofrenda. Sonríe con una felicidad contagiosa. La Casa lo ve. Todos los recipientes lo ven. Su aura, que danza al son de la música callejera, es brillante y enorme. Puede sentir cómo la Casa asiente satisfecha mientras un grupo de recipientes rodea al niño y lo palpa impaciente. La algarabía es mayor. Toda la calle lo sabe: ¡un salvaje! Han sido bendecidos, el niño ha sido consagrado. Ve cómo Teda se tensa: ni todas las capas de ropa, ni todas las máscaras mortecinas, ni todo el agotamiento pueden ocultar su reacción. Nadie le presta atención, claro. Solo tienen ojos para el nuevo elegido.

 

Llega a tiempo de sujetarla por la ropa y evitar que se tire sobre el grupo. Desconcertada, Teda se gira y la identifica: reconocería esos enormes ojos marrones entre millones. Puede ver la decepción en la mirada de Teda. Por fin, por fin se ha dado cuenta. Nunca huirán.

 

Se revuelve, dispuesta a salvar al niño. Antes de que pueda arrancarse la mortaja, algo se la lleva. A la Casa le gusta la discreción, a la Casa le gusta que todos sepan lo maravilloso que es encomendarse a ella. Porque la Casa sabe que es muy fácil luchar contra las injusticias si no entiendes las consecuencias.

 

La Casa enseña autocontrol a sus acólitos. Los recipientes deben saber ser. Una sombra, una mancha en la vida del resto de humanos. Nada reseñable. Sus almas alimentan al planeta, pero deben ser discretos, un susurro apenas murmurado. Pero no todos pueden dominarse: las vasijas díscolas deben desaparecer. Cómo aquella salvaje, que rozaba la supervivencia. Ha roto el voto de continencia. En público. En el Festejo. Todo por intentar salvar a otro como ella: carne de cañón para la conservación del resto. La Casa siempre toma las medidas necesarias porque no hay nada más peligroso que alguien que actúa bajo el peso de sus emociones.

 

Teda no aparece en las siguientes semanas. Ni siquiera para su última sesión, algo nunca visto. Nadie la ha vuelto a ver desde la celebración de la primavera. Ella aprovecha que están mostrando el salón del trono a los nuevos recipientes, aún con los ropajes de niñes, para contar los frascos con su esencia. Sigue habiendo los mismos, se reconforta. La luminiscencia morada le devuelve la sonrisa invisible.

 

En el pasado, le había sido muy fácil olvidarse de sus nombres. Casi tanto como borrar el suyo. Solo necesitaba un par de días sin verlas sin máscara para confundirlas. Lo único que permanecía en su recuerdo eran sus rostros desencajados mientras suplicaban que las llevara lejos. Sin embargo, la voz de Teda suena más nítida que nunca entre los pasillos de la Casa. Y cuando está a solas en su dormitorio, recuerda su sonrisa, sus pestañas blanquecinas, sus manos recorriendo su cuerpo. Sueña con ella constantemente y su olor retoza en sus fosas nasales. Se despierta agotada, con el deseo no satisfecho de volver a tocarla.

 

Su presencia es tan estremecedora que empieza, sin querer, a imitar sus gestos dentro de la seguridad de su cuarto. Su forma de moverse se pierde en la de Teda y respira entrecortadamente como cuando la muchacha está contenta. Hasta mi voz, se dice, trina como la suya.

 

Cada día le cuesta más contener su alter ego fuera de su habitación. Sobre todo, cuando observa los fragmentos de alma de Teda, que la llaman a gritos. Le piden que los rompa todos y cada uno de ellos, que los aplaste con sus manos desnudas e ingiriera los restos hasta completar su transformación. Si se da cuenta de que está perdiendo el control, decide ignorarlo. Porque cuanto más se transforma en Teda, más cerca de ella se siente.

 

La Casa no es mala. Tampoco buena. Solo hace lo que se debe hacer. Obliga a sobrevivir a la humanidad. ¿Es un pacto con el diablo? Puede. Qué más da. Nadie fuera de sus paredes sabe qué pasa, así son felices. Nadie fuera de sus paredes quiere admitir qué pasa, así sobreviven. Pero no es perfecta, claro. Al fin y al cabo, la Casa solo es un reflejo de los humanos que se obstina a salvar. Los mismos humanos que arrasaron su hogar y luego lloraron porque no tenían dónde vivir. Los mismos que regalan a sus hijes ante la falsa promesa de la gloria, tantas veces rota. Los mismos humanos que prefirieren arrancar almas a desaparecer en paz.

 

Hace semanas que nadie ve a Teda. Tampoco la Casa. Así que cuando reaparece renqueante saliendo de la habitación de su amante, la Casa ve la oportunidad de enmendar su error. Se deleita ante su próxima venganza y se olvida de hacer preguntas. Espera, agazapada, al momento para actuar sin que esa vasija salvaje pueda reaccionar.

 

La masa de recipientes rodea el trono, ansiosa de que empiece el nuevo ciclo. Hace días que la pared no se recubre de nuevos frascos y no han podido mostrar a los nuevos recipientes la ceremonia para la que han nacido. La habitación está más oscura de lo habitual: el brillo que emanan las almas está algo apagado. Solo unos trozos, morados dónde entra en contacto con el cristal, brillan con más intensidad que antes. Un canto de sirena cuyas ondulaciones cubren a las expectantes vasijas.

 

La Casa actúa. No le tiembla el pulso. Pese a tener al alcance al nuevo recipiente, deben atajar las rebeliones, por pequeñas que sean. La salvaje sin autocontrol es de nuevo arrastrada al trono para su última sesión. Ha estado tan cerca, tanto. Podría haber sobrevivido y ayudar a los nuevos recipientes a asumir su destino. Sin embargo, deberá conformarse con mostrar lo que pasa cuando las emociones son más importantes que el deber.

 

No ha sido una sesión fácil. Nunca lo es cuando hay nuevos elegidos presentes. No es habitual que puedan ver qué les pasará y no están preparados, pero será una buena lección. La mayoría de nuevas vasijas se mantiene en un silencio aterrador. Pero los gritos del recipiente no se escuchan, tapados por los llantos desconsolados del niño salvaje. Nadie le consuela, debe aprender lo que es la moderación, el control. Debe aprender a mantener la compostura. Solo cuando colocan el nuevo frasco, alguien puede prestarle atención.

 

La Casa observa cómo la amante de la ya exprimida salvaje es la encargada de llevárselo. No quiere ver cómo se llevan el cuerpo, ni cómo lo lanzan al océano para que sea devorado por las bestias marinas. Tampoco muestra interés en saber dónde colocan el último fragmento de aquella conocida como Teda. Quiere olvidar su nombre, claro. La nueva jarra, más grande de lo normal, reluce con fuerza. No tiene ni una pizca de rojo.

 

El niño es un manojo de nervios. La voz monótona no consigue calmarle, por mucho que las palabras transpiren algo de humanidad. La figura negra lo lleva por los pasillos, ninguna otra les presta atención. Ha acabado la sesión del día, han conseguido que la humanidad sobreviva. El niño, que se ha arrancado la máscara e intenta huir, solo es una molestia. La figura enlutada le sujeta firmemente el brazo mientras lo arrastra hacia una de las terrazas. Debe aprender, debe aprender.

 

Hace meses ella la llevó aquí. Le permitió un último momento de humanidad. Y comprendió que nunca traicionaría a la Casa.

 

Teda lleva semanas escondida por la Casa, cambiando su forma de moverse, refugiándose en la terraza que conecta con una de las islas, rebuscando algún antiguo camino. Pese al amor en su mirada, la mujer de enormes ojos marrones no sabía querer. Pero ella le enseñó colándose en sus sueños, susurrándole, acariciándole. Le impidió olvidarla como a hizo con las otras. La transformó en ella en todos los aspectos, hasta en su minúsculo último resquicio de alma. Y la obligó a sacrificarse por su verdadero amor, como ella había querido que Teda se sacrificara por la Casa.

 

Teda se quita la máscara, los ropajes negros, lanza al mar el modulador. Quizá sea cierto que el mundo acabará si dejan de entregar sus almas. Pero prefiere una muerte completa que la muerte en vida. Piensa una última vez en la mujer de ojos marrones, en la Casa y en los frascos de almas.

 

Abraza al niño, le da la mano. El niño, que ha dejado de llorar, sonríe tímido. Su aura resplandece como mil soles.  

-                     Huyamos.


Por Leta Q.

 

El lugar más frío

No podía dejar de temblar.

 

Tenía la idea de que morir por hipotermia era una muerte dulce. Pero llevaba horas sufriendo. Y la muerte no llegaba lo suficientemente rápido. El castañeteo incesante de sus dientes era el único sonido de origen humano en toda la nave. En las últimas horas la temperatura ya había bajado de los cincuenta grados bajo cero.

 

A pesar de que hacía horas que tenía los dedos totalmente entumecidos, trataba de seguir analizando datos y salvando su investigación. Aguantaba el mordisco helado en su cuerpo hasta que este decidiera dejar de luchar. La misión lo era todo, aunque estuviese condenada desde hacía días.

 

Intentar caminar era como hacer equilibrio sobre dos cantos rodados. Tenía pánico de la visión que encontraría al descalzarse e intentar ver sus pies. Por lo que llevaba horas sentada cerca de la boca del pozo que habían empezado a cavar en la superficie de Europa. Viendo la oscura boca del poco, no podía dejar de pensar en las últimas palabras de su capitán: “Todos estos meses, todo este entrenamiento y millones de recursos invertidos para nada.”

 

Intentaba no pensar en su papel en este escenario, pero en la pared frente a ella, en grandes letras de un color marrón oscuro, podía leer: “No todo vale, Kim”. Las últimas palabras de su compañera bióloga, su cadáver congelado seguía al pie de esas palabras.

 

Esperaba que sus compañeros, de seguir vivos, no la culpasen. Que comprendiesen, que los objetivos de la misión, y por tanto de la humanidad, estaban por encima de la vida de todos ellos. Algo que habían olvidado en sus últimos momentos; pero ella, Kim Rabini, siempre había pensado en la misión. Ese era el único fin.

 

Fase 1.

Siete días atrás habían aterrizado en el suelo helado de Europa, la sexta luna de Júpiter. Un sueño para los seis tripulantes de la JELAD I, o Júpiter-Europa Lander Driller, la primera misión tripulada a Europa. La sexta luna de Júpiter ya había sido explorada en misiones no tripuladas con anterioridad, con resultados muy prometedores. Mucho más interesantes que los otros satélites galileanos en cuánto a la posibilidad de encontrar vida o un nuevo refugio para la humanidad. Estas misiones habían hecho soñar a toda la raza humana con un nuevo mundo acuático orbitando Júpiter.

 

Los drones de anteriores misiones, aparte de sobrevolar sus vastas llanuras de hielo, se habían adentrado en el manto de hielo a cientos de metros de profundidad. No habían llegado a tocar agua por supuesto, pero se había demostrado que existía un océano de proporciones inimaginables a tan sólo doce kilómetros de la superficie. Una última frontera ínfima, tras salvar los más de seiscientos millones de kilómetros que la separaban de la Tierra.

 

El mayor volumen de agua líquida en el sistema solar. Agua suficiente para saciar las necesidades de la raza humana en su expansión por el sistema solar. Suficiente para crear atmósferas viables en Venus, Marte, e incluso Io. Y aún quedaría suficiente agua para disfrutar de océanos de más de cincuenta kilómetros de profundidad. El tesoro de esta amante de Zeus, Europa, era inimaginablemente valioso. Asegurar tal cantidad de agua, supondría para la humanidad un brillante futuro, y la más que probable colonización de todo el sistema solar.

 

Kim y el resto de la tripulación habían salido en el año 2126 desde el espacio-puerto Neil Armstrong. Durante los siguientes trece meses habían compartido los limitados setenta metros cuadrados del espacio de viviendas de la JELAD. El recibimiento de Júpiter fué lo más embriagador que vivió en su vida. Nadie se podía hacer una idea de lo que era aquel gigante gaseoso hasta que se encontraba a cuatrocientos mil kilómetros de distancia. El capitán de la misión, Niode de Soô, había conseguido en un plácido trayecto, traerlos sanos y salvos a la mayor distancia que había estado nunca un ser humano de la tierra. Eran la primera tripulación en dejar la cuna, la primera vez que la humanidad se adentraba más allá del cinturón de asteroides. 

 

La congoja que sentía en su estómago era una sensación de pequeñez como nunca había vivido. Ante ella se encontraba un volumen de materia y energía titánico. Inimaginable a todas las escalas, un gigante que le devolvía la mirada a lo más profundo de su ser. La esfera de Júpiter abarcaba buena parte del pequeño ventanuco de la bahía de observación de la JELAD. Sus sinuosas nubes de tonos ocres, naranjas y marfil se movían en una danza hipnótica. Lentamente las nubes se movían alrededor del planeta en lo que parecía una plácida corriente. En la escala del sistema solar era un espectáculo hipnótico. Pero a nivel planetario eran capas de atmósfera de gases pesados girando a velocidades sónicas, un auténtico infierno de vientos y presión que destruirían cualquier nave que intentase penetrar en ellas.

 

Toda la tripulación había caído ante esa fascinante visión. Excepto el capitán. Niode apenas le dedicó unos segundos. Kim le miró con recelo cuando rechazó su turno en el mirador, el capitán parecía más frío que la mismísima Europa.

 

Europa se proyectaba como una pequeña esfera negra ante el gigante Júpiter. Con un tamaño similar a la Luna terrestre, a medida que se acercaban vislumbraban una pequeña esfera, casi lisa, ante el gigante por excelencia del sistema solar. Un lugar en apariencia inhóspito, frío y desolador.

 

Este sería su nuevo hogar durante los próximos 3 meses.

 

Fase 2.

En la órbita de Europa no estaban solos. Alrededor de la luna ya orbitaban varios satélites científicos, una pequeña estación espacial con el transbordador de retorno, y un par de generadores nucleares de fusión. A pesar de la luz que desprendía Júpiter, la radiación solar que llegaba desde el sol era prácticamente nula a efectos de usabilidad. La energía solar no era una opción para sus necesidades energéticas.

 

Para suplir esta falta, tres meses antes habían llegado a la órbita dos plantas nucleares autónomas de fusión. Ambas generaban suficiente para las naves en órbita, y podían transmitir energía al módulo de aterrizaje una vez posado sobre Europa. La transmisión se lograba mediante láseres concentrados, una tecnología madura que ya se utilizaba ampliamente en la Tierra. Estos mismos láseres se habían utilizado para esculpir y allanar la zona de aterrizaje.  Estaba todo listo para su llegada.

 

Horas antes de aterrizar, la tripulación estaba eufórica, todo funcionaba a la perfección. Kim se encontraba en una nube, dónde los días volaban y las buenas noticias eran constantes. Incluso el capitán Niode se  relajaba en ocasiones y abandonaba su rictus serio. Nada había fallado, los pocos imprevistos que habían surgido eran resueltos por las infalibles IA que gobernaban los sistemas. Tras llegar a la órbita, se acoplaron a la estación espacial Galileo-6, o GAL6. La primera estación espacial en los planetas exteriores del sistema solar; como una protuberancia con forma de pera, colgaba el módulo de descenso a Europa. Su hogar en los próximos tres meses.

 

Por fin tras más de un año compartiendo espacio de vivienda, el espacio del módulo de descenso les parecía un lujo. Abandonaron el castigado transbordador que ahora serviría como nave de servicio y emergencias. El transbordador de regreso ya estaba listo en la estación. Pero de momento se trasladaron a vivir al módulo de descenso JELAD. Aquí, cada uno disfrutaba de su propia estancia, laboratorios individuales, zonas de ejercicio, salas de ecología animal y vegetal. Uno de los mayores esfuerzos de la agencia espacial, tecnología y recursos como nunca se había visto. Su viejo transbordador de llegada quedaría abandonado

 

Tras la convulsa segunda mitad del siglo XXI, la humanidad se abría paso por el sistema solar, en una nueva época dorada de la exploración espacial. El programa de estas misiones se había denominado “Europa infinity Ocean”. Tras demostrar la existencia de las casi infinitas reservas de agua que atesoraba Júpiter en una de sus lunas, la humanidad tenía claro que las tenía que reclamar para sí misma. En los últimos cinco años, los esfuerzos de la carrera espacial se habían trasladado a este programa casi por completo. Incluso los programas de terraformación de Venus y Marte se habían puesto en stand-by a la espera de un ingente flujo de agua, que reduciría los procesos a sólo un par de siglos.

 

El sexto día, Niode les reunió para repasar durante más de seis horas todos los detalles de la misión. Kim y sus cuatro compañeros se conocían al milímetro cada detalle de la nave, cada variable de la misión, y cada dato de Europa. La misión se podía resumir de una forma muy sencilla: perforar Europa hasta alcanzar agua líquida. Ahora llegaba el punto crítico del descenso, dónde Rogers, el ingeniero y piloto de la misión debía guiarlos suavemente al planeta.

 

Y en el séptimo día, descendieron.

 

Fase 3.

Europa tenía una atmósfera apenas perceptible, y una gravedad incluso inferior a la de nuestra Luna. Por lo que se esperaba un aterrizaje de lo más suave. Los seis tripulantes se encontraban en la cabina del módulo JELAD, atados a unas cómodas sillas a la espera de la desaceleración. Seguían el procedimiento como autómatas, pero a menos de cinco kilómetros de la superficie saltaron todas las alarmas.

 

— Rogers, ¿QUÉ PASA? Tengo un error en los retro-propulsores. — gritó Niode. Se dirigía a Rogers, el ingeniero y piloto de la misión. Sólo Niode y Rogers tenían acceso a los mandos en el proceso de descenso. Los demás eran espectadores en este momento de tensión.

— JODER, ¡No lo sé! Tenemos tres retro-propulsores fuera de línea, la nave está perdiendo el ángulo de aterrizaje.

 

A pesar de los gritos, las alarmas y las luces. El módulo seguía descendiendo sin apenas movimiento. Kim dirigió su atención a las ventanas de la cabina, ya se empezaba a vislumbrar el horizonte de Europa. Le parecía precioso. Decidió relajarse, respirar hondo y aceptar lo que pudiera pasar.

— ¡Rogers! Reinicia el subsistema de retropropulsión. — grito la bióloga de la tripulación.

— Ni se te ocurra. —Niode dirigió una mirada firme a la tripulación. — No se reiniciaría a tiempo, y perderíamos parte de la desaceleración necesaria.

— Rogers, tienes que compensar la falta de los retro-propulsores con el propulsor principal. De forma manual.

— ¿Estás loco? Cualquier desviación y nos desviaremos mucho más de los diez grados que tenemos ahora. Nos estrellaremos.

— Rogers — dijo Niode en un tono totalmente neutro — Si la nave llega con una desviación superior a cinco grados a la superficie aterrizaremos sobre los depósitos de combustible. Si se perforan… ya sabes.

 

Rogers le miró, sin necesidad de responder comenzó a manipular los controles para tomar el control manual de la propulsión principal de descenso.

 

— Vale Rogers, estamos a dos mil quinientos metros, sólo necesitamos que reduzcas la inclinación a cinco grados o menos. Sé que lo puedes conseguir.

 

Kim, estaba maravillada con la lisa superficie de Europa. A lo lejos podía ver lo que parecía vapor de agua o nieblas. Estaba tan absorta que ignoraba la tensión de sus compañeros.

— Mil metros Rogers, te acabas de desviar hasta los trece grados.

— ¡Lo sé! Joder, ya lo tengo, ya lo tengo. — mascullaba Rogers entre dientes.

— Nueve grados Rogers, estamos a quinientos metros. ¿Lo tienes?

 

El horizonte blanco ya cubría casi todo, excepto por algunas zonas de color anaranjado en la lejanía.

— Doscientos metros, preparadores para impacto.

— ¡Mierda, lo tengo, lo tengo! — Rogers volvió a levantar la voz. Kim escuchaba a alguno de sus compañeros llorar, pero ella mantenía la tranquilidad.

— Cincuenta metros, cuarenta, treinta, veinte, agarraos.

 

Kim cerró sus ojos con fuerza, esperando el fin con un fuerte estrépito. Pero nada más lejos de lo que sucedió. Notaron un último bandazo fuerte y un golpe seco al posarse la nave. Las alarmas seguían encendidas, y la voz de la IA empezaba a hacer un diagnóstico de la situación. Se atrevió a abrir los ojos. Estaban en Europa, y la nave estaba entera.

 

— ¡Joooder! — grito Rogers, enmudeciendo por un instante las alarmas de la cabina. — ¿Wuuuuhu! Estamos en Europa, lo conseguí, ¡estamos enteros!

La cabina se llenó de felicitaciones y risas nerviosas. Niode mantenía la compostura y estaba analizando el diagnóstico de la situación.

 

— Rogers, nos hemos desviado casi veinte metros de la zona marcada.

— ¿Qué? — inquirió Rogers con sorpresa.

— Sí, además hemos reventado los hidráulicos de un par de pilares del tren de aterrizaje. La nave está inclinada casi tres grados.

— Que te jodan Niode. Estoy hasta los cojones de tu frialdad. Nos he salvado de estrellarnos contra la superficie y aún tienes más que decir.

 

Niode le devolvió la mirada en silencio, hizo un gesto de sorpresa y siguió con el diagnóstico de la nave.

— Bueno, estamos en la superficie, vamos a relajarnos y ver cómo está el resto de la nave. — intervino Kim.

Aunque sus compañeros se lo podían tomar como un deseo de suavizar la situación, la realidad es que no podía esperar a sentir la superficie helada del planeta.

 

Fase 4.

Durante las siguientes setenta y dos horas, se centraron en evaluar daños y asegurarse de que todos los sistemas estaban perfectos. La realidad es que el módulo no estaba en una posición óptima para los trabajos de perforación. Tuvieron que hacer varios ajustes en los sistemas hidráulicos y en el perforador para tenerlo alineado. Se pasaron casi un día volviendo a alinear los satélites y los generadores nucleares en órbita. A pesar de desviarse sólo veinte metros, cualquier nanómetro fuera de alineación podía causar grandes daños al JELAD.

 

Tras el abrupto aterrizaje, también habían descubierto pequeñas fugas en los tanques de combustible. Nada grave, pero habían pérdido oxígeno para la mezcla, más el que luego habían invertido en las reparaciones. Kim no estaba especialmente preocupada por ello ya que se encontraban rodeados de oxígeno molecular en la superficie; pero para el resto de la tripulación suponía un grave inconveniente.

 

Además había otro problema, la tripulación se había dividido en dos bandos desde el aterrizaje. Una división que venía de lejos pero que había aflorado en momentos de crisis. Kim no había sido consciente de ella, hasta que se lo comentaron sus compañeros. Ahora la tripulación se encontraba dividida entre Niode y Rogers. Sin quererlo, el resto de la tripulación la posicionó en el bando de Niode. No le dieron opción alguna, la sentencia de Rogers y los demás fue rotunda: “Si no estás con nosotros estás con Niode”.

 

Kim recordaba perfectamente esa conversación:

— Vamos Kim, eres la más inteligente de la tripulación, sabes que con estos daños no podemos seguir en la superficie. Cada hora que seguimos perforando, compromete el despegue.

— Rogers — dijo Kim con serenidad, consciente de que el resto de compañeros estaban atentos a la conversación—, el capitán es quien debe tomar esa decisión. Y de todas formas, creo que la nave resistirá. Las simulaciones muestran que aguantará, y ya lo hemos reforzado más allá de los márgenes de seguridad. Con re-alinear los satélites podremos seguir. Y en las siguientes semanas podremos suplir el oxígeno perdido,

 

— Siempre supe que te follabas al capitán. — Dijo la bióloga. Rogers le dirigió una mirada y la mandó callar, así que el ingeniero se había convertido en el nuevo Capitán informal de la tripulación.

— No le hagas caso. Kim, sabemos que tienes mucha influencia en el capitán, al fin y al cabo eres la directora científica de la misión, pero sabes que el principal precepto del programa espacial es la seguridad de los astronautas. Nuestra seguridad.

 

Eso era cierto. Todo su entrenamiento y preparación giraba en torno a la seguridad de la misión y sus componentes. Los astronautas. Varios accidentes en el pesado había puesto en riesgo toda la carrera espacial. No había nada peor que ver morir asfixiados a toda la tripulación de la misión marciana en directo, o ver estallar las minas de deuterio de la Luna. Eventos seguidos por medio mundo, y que condenaron a la carrera especial a décadas de parálisis.

 

— Lo sé. Pero lo que estamos haciendo aquí es demasiado importante. Sabíamos que habría pequeños obstáculos en el camino, pero no nos podemos detener ahora.

 

Rogers la miró con una expresión de decepción. Negó con la cabeza y se dirigió a sus compañeros.

— Sabía que no lograríamos nada de ella… — Le escuchó decir mientras se alejaban.

 

Durante las siguientes horas, Kim trabajó duro para corregir todos los sistemas a su nueva posición. Los satélites de comunicaciones ya estaban en línea, y recibían el haz láser con una eficiencia del noventa y nueve por ciento. Todos los sistemas estaban listos para empezar con la perforación de los doce kilómetros de hielo que tenían a sus pies.

 

Niode, le dio luz verde. A pesar de las reticencias del resto de la tripulación, comenzaron los trabajos.

 

Fase 5.

 

El módulo JELAD estaba enteramente diseñado para su función de perforar la gruesa capa de hielo. Tenía forma piramidal, con una altura cercana a los cincuenta metros. En su cúspide estaba el receptor de los haces láser que emanaban de los generadores en órbita; desde esta sección, la energía recibida se distribuía a lo largo de un complejo sistema a través de la sección central de la nave hasta su base.

 

Alrededor de esta sección central, se organizaban los diferentes niveles de laboratorios, viviendas, almacenes, etc. El módulo estaba destinado a quedarse en la superficie para siempre. Sólo una pequeña protuberancia en el lateral los regresaría a órbita al final de la misión.

 

En la base del módulo se encontraba el perforador láser, que iba fundiendo y evaporando el hielo capa a capa. La energía concentrada fundía tramos de hielo de diez en diez metros, en ráfagas concentradas a intervalos de dos minutos. Este espacio de tiempo permitía la expulsión de gases y evitar sobrecalentar el sistema. La temperatura llegaba a ser tan alta que los gases salían eyectados a cientos de grados centígrados y a más de doscientos kilómetros por hora. Un intrincado sistema de toberas y canalizaciones permitían la expulsión controlada a lo largo del conducto central.

 

El pozo se horadaba de forma constante manteniendo un diámetro de dos metros, con una pequeña cavidad en espiral en sus paredes. Esta cavidad servía para guiar las canalizaciones y cableado, y sobre todo para guiar el conducto umbilical. Este conducto les permitiría mantener una atmósfera controlada y más adelante, descender hasta el océano.

 

El proceso era prácticamente automático, la IA de la nave trabajaba todo el tiempo en ello. Ellos se podían dedicar a analizar muestras y realizar los primeros paseos espaciales, con una pequeña labor de supervisión de los sistemas básicos.

 

Un constante zumbido les recordaba que estaban poco a poco arañando la superficie. En Kim provocaba una sensación de tranquilidad, un zumbido constante acompañado del rítmico repiqueteo provocado por la eyección del láser concentrado. Sin embargo, el resto de la tripulación estaba nerviosa. Saltaban a la mínima y seguían insistiendo en cancelar la misión y abandonar la superficie de Europa.

 

La realidad es que la nave seguía escorada sobre su plano vertical. Se veían obligados a hacer constantes ajustes y apuntalar la base. Rogers seguía insistiendo en que la estructura de la nave estaba comprometida y que deberían volver a la órbita lo antes posible.

 

— Capitán Niode — dijo firmemente Rogers—, queremos acceso a las últimas conversaciones con Control de misión. Creemos que no tienen toda la información sobre la situación actual.

 

Kim levantó la vista de su bandeja, se encontraban en el comedor, disfrutando de sus setas recién impresas. Era su turno de comida junto con Niode, el resto de la tripulación habían acudido a hablar.

— Rogers, puede consultar los logs y registros que hago públicos. Ahí está todo lo que deben saber. De momento la misión sigue adelante.

Rogers le miró negando con la cabeza.

— Estamos dando vueltas en círculos todo el rato. Sabemos que Kim y tú estáis totalmente alienados. Obcecados con la misión y…

 

Zoom-Zoom-Zoom

 

Rogers fue interrumpido por una nueva salva de láseres, acompañada del zumbido de aspiración de gases de la perforación. A Kim le pareció una pausa dramática, no era un ruido tan molesto.

 

—Obcecados y cegados por este mundo helado —continuó Rogers—, la integridad estructural está comprometida, la nave sufre con cada golpe de calor emitido. No podemos continuar así.

 

Niode se levantó visiblemente molesto:

—Rogers, Kim ha evaluado los datos —Niode asintió en dirección a Kim y continuó—, la nave soportará los ciclos del láser hasta llegar a los doce kilómetros.

—Sois los dos iguales, no queréis ver el riesgo que podemos sufrir. Control de misión no aceptaría seguir con estos parámetros. — Rogers comenzó a acercarse al capitán de forma amenazante. Niode mantuvo su mirada sin titubeos.

— Vamos a tomar el control “capitán”, estamos cansados de tu abuso de autoridad.

 

Niode se incorporó como un rayo y agarró de las solapas de la chaqueta a Rogers. Esté era mucho más alto y corpulento que el capitán, pero al cogerlo por sorpresa le hizo retroceder.

—No permitiré ninguna insubordinación Rogers. La misión puede continuar perfectamente con usted fuera de ella.

 

Rogers reaccionó rápido. Rompió el agarré y uso su masa para voltearse sobre el capitán y catapultarlo sobre la mesa. Su cabeza aterrizó sobre la bandeja de Kim. El resto de la tripulación se mantenía en tensión a un par de metros de la trifulca.

 

— ¿Qué crees que haces? ¿Asaltar al ingeniero por exponer sus preocupaciones? No vamos a tolerar tus locuras, se acabó.

Rogers apretaba con fuerza el cuello del capitán, estaba claro que su intención era dejarlo inconsciente. Kim estaba paraliza, no era capaz de reaccionar a pesar de ver al capitán en peligro. Sabía que debía actuar o Rogers lucharía hasta conseguir cancelar la misión.

 

Niode le dirigió una mirada suplicante. Kim se la devolvió, pero no la miraba a ella, miraba el cuchillo de resina en su mano izquierda. Salió de su parálisis y le tendió el cuchillo.

 

Rogers abrió los ojos con sorpresa. El cuchillo, a pesar de ser pequeño y de resina, estaba afilado. Con la fuerza del capitán, había penetrado sus ocho centímetros de filo en el cuello de su atacante. El resto de la tripulación gritó. Rogers soltó al capitán y se llevó la mano al cuello, intentó agarrar la mano de Niode, pero este fue capaz de retirar el cuchillo.

 

A medida que el cuchillo se deslizaba fuera del cuello de Rogers, la sangre emanaba con un visible chorro sobre la bandeja de Kim. Le habían arruinado las setas.

 

Se levantó de su sitio mientras el capitán forcejeaba para quitarse al ingeniero de encima. Rogers cayó al suelo. Niode agarró la mano de Kim y echaron a correr. Les seguían los otros dos miembros de la tripulación, mientras la bióloga se quedó atendiendo al malherido Rogers.

 

El capitán guiaba a Kim por los angostos corredores.

—Vamos a la sala de control. Tenemos que iniciar el protocolo por insubordinación ahora mismo.

 

En lugar de rodear la parte central de la nave, Niode les dirigió justo a esta zona. Se trataba del gran hueco de forma cilíndrico que descendía por treinta metros desde la cúspide de la nave hasta su base. Aquí los dos haces provenientes de la órbita se subdividían e insertaban en el sistema de perforación. Era totalmente seguro atravesarlo, excepto en una ventana de diez segundos tras el disparo del perforador en los que se producía la expulsión de gases.

 

En estos diez segundos, el vapor ardiendo, resultado de la ebullición instantánea del hielo, salía eyectado por diferentes toberas de vacío al exterior. Subiendo la temperatura en el hueco a más de cien grados. Kim sabía que llevaba más de un minuto sin oír el repiqueteo de los haces contra el hielo.

 

Miró a sus espaldas, podía ver a los otros tres tripulantes siguiéndoles de cerca. Uno de ellos con una barra metálica de grandes dimensiones. Intentó tirar de la mano de Niode, que miró hacia ella y le respondió:

—Ahora no es momento de parar. Si nos alcanzan será el fin de la misión.

 

Mientras corrían, le pareció que el brillo aumentaba en anticipo de un nuevo disparo de haces. ¿No se daban cuenta de ello sus perseguidores?

Atravesaron una puerta y llegaron a un breve pasillo que daba a la sala de mando. El capitán puso la mano sobre el control de acceso.

—Identificación biométrica errónea, inténtelo de nuevo.

—Mierda.

Niode se dio cuenta de que aún tenía la mano llena de sangre de Rogers, el lector de la pared estaba ahora lleno de sangre, por lo que el acceso por adn y huella había fallado.

— ¡Kim! ¡Bloquea esa puerta!

 

Kim obedeció justo en el instante en que sus dos compañeros llegaron a ella. La miraban a través del ventanuco de la puerta:

— Por favor, abre esta puerta. Tenemos que parar a Niode. ¡Mira lo que le ha hecho a Rogers! Kim, ¡reacciona! ¡Ábrenos!

 

Se volteó y dirigió una mirada inquisitiva al capitán, pero este se encontraba forcejeando con el acceso manual.

— Capitán, ¿Les abro? El láser está a punto de disparar y…

— Kim — dijo Niode sin voltearse—, si abres esa puerta será el fin de la misión. Todos estos meses, todo este entrenamiento y millones de recursos invertidos para nada. Piensa en lo que se perderá.

 

Tenía la mano sobre el control de apertura de la puerta. Dirigió la mirada a sus compañeros. El terror se hizo patente en sus caras cuando se dieron cuenta de que el sistema de perforación estaba a punto de disparar. Le suplicaban entre gritos y golpes a la ventana, uno de ellos intentó volver hacía la otra puerta.

— ¡Por favor KIM! ¡Abre! ¡Lo sentimos! Pero no nos dejes aquí.

 

Zoom-Zoom-Zoom

 

Su compañero abrió los ojos al otro lado del cristal. Por un instante el absoluto silencio volvió a reinar sobre la superficie de Europa. Un segundo después el vidrio se empañaba ante el alarido de su compañero. Kim podía ver como la piel de su cara se quemaba abriendo ampollas que bullían al instante. Se desplomó con un rictus de dolor y un grito eterno en su boca. El otro tripulante estaba en el suelo tras él, apunto de alcanzar el otro acceso mientras su chaqueta se derretía sobre su espalda.

 

Niode abrió la puerta al fin. Miró hacía Kim y sonrió.

— La misión sigue su curso. Buen trabajo Kim.

 

Fase 6.

 

Rogers tenía razón.

 

La estructura de la nave sufrió demasiado con los cambios de temperatura. Dos días después de la muerte de sus tres compañeros, la nave se volvió a inclinar sobre su vertical, el haz del láser entró en la cúspide desviado unos centímetros. Suficiente para fundir parte del recubrimiento interno y dejarlos sin multitud de sistemas básicos. Se produjo una descompresión crítica de la nave. El capitán Niode había muerto intentando sellar las fugas causadas.

 

La bióloga y Kim se habían visto obligadas a refugiarse en la base de la nave. Aún quedaba calor residual aquí, y emanaba oxígeno por agujero tallado en el hielo. La bióloga no le dirigía la palabra a Kim desde el incidente con Rogers. Sin embargo ella la ignoraba, continuaba analizando datos y tratando de enviarlos a las naves en órbita para salvar parte de la investigación.

 

Cuando la temperatura ambiente rondaba los treinta grados bajo cero, la bióloga decidió acabar con su vida. Tras un sermón dónde culpaba a Kim del fracaso de la misión, se cortó el cuello con un bisturí. Tratando de arrancar algún sentimiento de ella, escribió con su propia sangre: “No todo vale, KIM.”

 

Kim sólo lamentaba la pérdida de la misión. Perdió el conocimiento unas horas después.

 

Fase de evaluación.

Año 2120 - Centro de evaluación y entrenamiento europeo de astronautas.

 

“Resultado final del proceso de simulación JELAD-Alpha de selección de tripulaciones: NO APTA

 

Kim volvió a leer esa frase. La niebla de su mente ya se estaba despejando, por fin comprendía su significado. Había fallado el último test. La agencia espacial la descartaba como tripulante de la futura misión JELAD.

 

A sus diecisiete años nunca había sido descartada en ningún programa. Desde su nacimiento, se habían seleccionado los mejores genes, había recibido la mejor educación posible con las IAs más avanzadas y los expertos más reconocidos del campo. Y finalmente, la prueba decisiva, la última simulación de evaluación la había designado no apta.

 

Ante ella se encontraba un androide que la estaba acompañando en el proceso de recuperación y evaluación.

—Veo que tus niveles de estrés están aumentando. Es normal tras salir de una simulación tan intensa. Lamento el resultado final, pero queremos que sepas que…

—No necesito ningún consuelo. ¿De verdad con toda mi preparación creéis que no soy apta? He demostrado tener todas las aptitudes y cualidades, llevaría la misión a su cumplimiento sí o sí. Incluso mis genes están seleccionados para un trabajo así.

 

El androide proyectó en su rostro una cara amable, intentando empatizar con Kim.

— Tienes razón, eres increíble. Has desempeñado de forma increíble durante la simulación de todas las fases. Pero los estándares de la agencia espacial han cambiado en los últimos años. Ahora buscamos personas más humanas, que sean conscientes que el bien mayor sólo se obtiene cuando la empatía y la bondad dominan nuestras acciones.

 

Kim se mantuvo en silencio, sus músculos se estaban aún desentumeciendo tras tres días sumida en la cápsula de simulación. No era capaz de levantarse por lo que miró con odio al androide.  Este ladeó levemente la cabeza y sonrió con un gesto genuinamente humano:

— Lo siento Kim. El fin no justifica los medios, eres demasiado fría.


Por A. A. Espiño