Dos chicas caminaban en la misma dirección pero en sentidos contrarios, cada una pensando en sus cosas, sin prestar atención al entorno que las rodeaba. Habían pasado por ese mismo lugar tantas veces, entrando y saliendo de la universidad, que el recorrido ya no tenía nada de especial. Una de ellas levantó al fin la cabeza, a escasos centímetros de chocar con la otra, y su sorpresa fue grande al descubrir que se conocían.
—¡Marta, cuánto tiempo sin verte! ¿Qué tal estás? ¿Qué es de tu vida? —preguntó Julia con alegría. Habían sido muy amigas en el pasado, pero las nuevas regulaciones sociales que estaban vigentes desde hacía cuatro años habían separado sus caminos, como el de muchas otras personas que antaño habían compartido gustos, aficiones, secretos, penas y alegrías, e incluso sus vidas. Aunque, ciertamente, sus caminos se habían bifurcado antes de todo eso.
—Hola, Julia. Pues estoy muy bien. Precisamente vengo de recoger el último título que he obtenido.
—¡Anda! ¿Otro título? —Julia conocía las ganas de estudiar que siempre había tenido Marta, pero especialmente su afán de acumular títulos como si de un coleccionista se tratara. Cuando se normalizó que una retahíla de títulos y certificaciones eran más importantes que la actitud y la aptitud, que la ilusión y el esfuerzo, que la dedicación y el compromiso, para conseguir un empleo e incluso para establecer y mantener una relación de amistad o de amor con alguien, Marta no dudó en seguir ampliando su currículum—. ¿De qué se trata?
Su antigua amiga sacó un folio de la carpeta que llevaba entre las manos y citó mientras se lo enseñaba a su compañera:
—Título en Relaciones Personales con Mención Especial en Relaciones Amorosas Heterosexuales.
Pero, ¿eso se estudia?, pensó Marta. Estaba claro que sí, que ahora cualquier arte, ciencia, disciplina e incluso comportamientos, sentimientos y emociones estaban claramente clasificados y era necesaria una titulación para poder experimentarlos oficial y legalmente.
—Qué curioso —murmuró Julia mientras leía en detalle el documento que Marta le había dejado. Se fijó en un inciso que explicaba en detalle la mención especial—. Relaciones amorosas heterosexuales. Pero Marta, tú nunca habías tenido interés por ningún chico... ¿Cómo está Amaia?
Julia hizo la pregunta temiendo la respuesta. Marta, sin responder, le quitó el título de las manos y volvió a guardarlo en su carpeta. Por un momento pensó que se marcharía, que seguiría su camino dejándola con la palabra en la boca. Marta, Amaia y ella habían sido muy amigas en el instituto. A pesar de tener buena relación con otros compañeros de clase, ellas tres habían creado un vínculo particular. Julia, que desde siempre había estado colada por un chico de su clase, enseguida reconoció esos mismos sentimientos entre sus dos amigas, sabía que se querían de una forma especial. Al terminar el instituto, sus intereses académicos las llevaron por caminos distintos, pero no perdieron el contacto. Marta y Amaia, que nunca habían escondido su relación, empezaron a vivir juntas. Paralelamente a todo esto, los conflictos sociales estaban a la orden del día: casos de maltrato en las parejas y en el seno de algunas familias, acoso, manipulación, violencia. Solían ser casos particulares, situaciones excepcionales, pero las instituciones creyeron que debían intervenir, que las personas no estaban preparadas para convivir, que necesitaban aprender a quererse. La teoría parecía lógica, la empatía, la comunicación y el respeto a los demás eran claves para la convivencia, pero en la práctica todo se exageró. La relación de Julia con sus dos amigas se fue debilitando, y ahora creía entender la razón.
—Tuvimos que dejarlo hace un año —contestó fríamente.
—¿Tuvisteis?
—Sí. Con la nueva normativa parecía que teníamos las cosas muy claras. Podríamos continuar con nuestra relación oficialmente, con nuestro título si alguien nos lo pedía. Queríamos demostrar que estábamos capacitadas para convivir. Empezamos juntas este curso de Relaciones Personales, pero en el momento de elegir itinerario nos separamos. Ella escogió la Mención Especial en Relaciones Amorosas Homosexuales. Quería estar conmigo, no tenía dudas. Pero yo…
Marta se quedó en silencio un momento y Julia esperó.
—Las relaciones heterosexuales tenían más salida —dijo Marta al fin—, así que nuestras certificaciones no eran compatibles y por tanto nuestra relación no era legítima.
Julia creyó detectar un ápice de tristeza en las palabras de Marta, pero no tenía claro si era por haber echado a perder su relación con Amaia, con quien había compartido su adolescencia y con quien había descubierto quién era, o si más bien se debía a la decepción de que, a pesar de acumular gran cantidad de diplomas, eso no era suficiente para ser capaz de amar con libertad.
—Pero bueno —continuó—, con esta mención especial en relaciones amorosas tengo acceso a muchas oportunidades personales.
—¿Y en qué consiste esa mención?
—Pues he estado todo este año de prácticas amorosas con un chico y he aprendido mucho. También tuve que hacer un examen teórico después de estar con él para aplicar todo lo que habíamos vivido juntos, y lo aprobé con matrícula.
—Enhorabuena —la felicitó Julia, aunque con poca convicción—. Y ahora que tienes el título, ¿qué vas a hacer?
—Todavía no lo tengo claro. Este título me certifica a tener relaciones sentimentales con chicos, de dos años de duración como máximo. Me permite comprender sus sentimientos, compartir sus aficiones, tener discusiones sobre temas banales, conocer a sus padres y otros familiares cercanos, conocer a sus amistades, tener relaciones íntimas y una introducción a posibles planes de futuro.
—Entiendo. Y ¿podríais hablar, por ejemplo, de casaros? —quiso saber Julia. La explicación insípida de Marta la había sorprendido. Parecía recitar como en esos anuncios que quieren venderte algo que no necesitas. Sin embargo tenía curiosidad por saber qué le esperaba a su antigua amiga, qué clase de futuro se estaba construyendo.
—Podríamos sí, pero no en serio. Para eso necesitaría otro certificado, una mención especial en relaciones amorosas avanzadas.
—¿Y podrías salir con cualquier chico? ¿O chica?
—Por supuesto que no. Solo con quienes sea compatible, y ahora no puedo salir con chicas.
—¿Y eso cómo lo sabes? Si sois compatibles.
—Porque esos chicos tendrán que tener el mismo título que yo y la misma mención.
—Ah, ya.
En ese momento, Julia no pudo evitar imaginarse la situación de conocer a alguien bajo esas premisas. Antes, en una primera cita, se hablaba de la vida, de los gustos de cada uno, de las cosas en común… Ahora, y según Marta, tendría más sentido preguntar primero por esa compatibilidad a nivel académico, antes de ir más allá y empezar a sentir algo especial, aunque poco había comentado su antigua amiga sobre sentimientos, al menos no cómo se entendían antiguamente. Solo por tener que adaptarse a estas nuevas normas, ¿los habría olvidado? ¿Sería ahora incapaz de querer a nadie? ¿Y por qué no se certificaba también para las relaciones amorosas homosexuales? Si tanto le importaban los títulos, y si realmente querían estar juntas, quizá así podría volver con Amaia.
—¿Quieres que sigamos hablando de esto tomando un café? —propuso entonces Julia. Hacía mucho tiempo que no se veían, todavía tenía tiempo hasta que empezara su clase y quizá así podría aclarar todas esas dudas.
—Imposible. Todavía no tengo el título específico de relaciones amistosas. La verdad es que no sé cómo hemos estado hablando tanto rato.
Porque éramos amigas, pensó Julia, porque teníamos cosas en común y nos llevábamos bien. Porque nadie nos decía qué hacer ni con quién estar, porque éramos libres… Y confío en que queda algo de la antigua Marta en esta marioneta en la que te has convertido.
—Pues llámame cuando lo tengas —dijo, sin embargo, Julia—, y así nos ponemos al día.
—¿Tú lo tienes? ¿El título de relaciones amistosas?
—La verdad es que no —admitió Julia—. Tengo una certificación que me exonera de todo eso. Puedo hacer lo que quiera, estar con quien quiera, sin dar explicaciones, sin preocupaciones.
—¿Y qué certificado es ese? —preguntó Marta interesada. Julia vio en su expresión la sorpresa al descubrir que había algo así que ella todavía no conocía.
—Se llama libertad de cátedra. Pásate un día por mi clase, tengo pocos alumnos, así que no habrá problema.
—¿Y eso cómo funciona? —Ahora era Marta la interesada en hacer las preguntas. Julia sonrió.
—Mis alumnos obtienen un diploma, pero solo como recuerdo u orgullo de haber realizado mi curso, no porque sea necesario. Solo lo merecen quienes son capaces de pensar por sí mismos y aceptan cuestionarse las cosas, tanto si están de acuerdo con ellas como si no. Se forman debates interesantes. La formación les ayuda a ser independientes y eso les abre más puertas que cualquier otra titulación.
Marta se quedó callada. Al cabo de un momento volvió a declinar la invitación de Julia al café, así que con un ademán se despidió de su antigua amiga y se dispuso a entrar al campus. Sus caminos volvían a separarse, como años atrás. Sin embargo, Julia esperaba haber inducido a su antigua amiga a visitar su clase, a redescubrir la antigua realidad, a reabrir su mente. A retroceder hasta el momento en el que era fiel a sí misma y no a un sistema al que poco le importaban las personas y más sus irracionales normas.
Relato de Irene Robles
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