Llego a casa tras un día especialmente agotador, mi superior como siempre se había creído con derecho a gritarme por un error en unos papeles. Yo no había sido, pero ser la última mierda en la empresa es lo que tiene, de todo tienes culpa tú. Vivo en un edificio viejo, de alquiler por supuesto, cerca de la zona vieja de la ciudad. Al entrar al edificio descubro que el ascensor se ha roto y me toca arrastrarme por las escaleras hasta un quinto piso. Estas suben rodeando al ascensor y peldaño a peldaño ruego porque no se cruce ningún vecino, primero porque la escalera es tan estrecha que no podemos pasar dos personas y segundo porque no quiero ver a nadie en lo que queda de día. Me arrastro recorriendo cada rellano con pesadez hasta el último piso en lo que parece una subida interminable hasta que por fin llego a mi planta. Me agarro a la barandilla al llegar al último escalón y resoplo incapaz de dar un paso más, desde ahí miro la entrada a mi casa y el pasillo parece alargarse kilómetros cuando tan solo son unos pasos lo que nos separa.
Al entrar en casa dejo las llaves en
un bol en la entrada. La chaqueta y macuto los tiro sobre un sillón antes de
dejarme caer boca abajo sobre el sofá. El sueño me puede, pero me niego a
dormir todavía: tengo cosas que hacer. Me paso el resto del día de tarea en
tarea y cuando llega la noche me esfuerzo por evitar dormir y alargar el día.
Decido entonces que es situación no se puede seguir repitiendo y sin pensar en
que estocy haciendo busco un bolígrafo y un folio y me siento en la mesa de la
cocina que hace las funciones de comedor y estudio. Me enfrento a un papel en
blanco y antes de darme cuenta me descubro escribiendo una carta.
Querido/a
lector o lectora;
He
pasado por médicos y psicólogos y ninguno encuentra solución a lo que me
ocurre, dicen que estoy bien, que no tengo ningún problema. Se equivocan, nadie
completamente en sus cabales viviría lo que yo cada noche. He llamado a
exorcistas y médiums, a pesar de no creer en ellos, pero cuando la necesidad
apremia la lógica desaparece. Todos dicen que han hecho su trabajo y no queda
ningún ser del mal, o como sea que les llamen, en mi casa. Mienten, siguen
aquí, yo lo sé. Así que, en las siguientes líneas me dispongo a describir
brevemente los pensamientos que se me pasaron por la cabeza mientras vivía la
pesadilla en que se convirtió mi día a día o mejor dicho, mi noche a noche.
Espero que nunca te elijan y vayan por ti, pero si te pasa lee esto y quizás
encuentres consuelo o al menos sabrás que hay otra alma en el mundo atormentada
al igual que la tuya. La primera noche pensé que era solo eso, una pesadilla,
la segunda que era el estrés, la tercera tuve miedo…
Cierro el bolígrafo y doblo el sobre en tres
antes de firmarlo con mi nombre. Me levanto y observo el limpio papel sobre la
mesa sujeto con el bolígrafo de plata que mis padres me habían regalado al
acabar la universidad seguros de que algún día con el firmaría el contrato de
mi vida y cumpliría mis sueños. Que tiste que estos se hayan tornado tan
oscuros en los últimos días. Me encamino a mi dormitorio sabiendo que me
espera. La oscuridad de la casa y la incertidumbre de la noche no me aterrorizan
tanto como la pesadilla hacia la que me encamino. La garganta se me seca y la
mano me tiembla al abrir la puerta de mi habitación, la ventana está abierta y
la luz blanca de la noche se cuela iluminando la estancia. Arrastro los pies
hasta la cama y me siento al borde de esta. Rezo y suplico en silencio porque
esta noche pueda dormir sabiendo en lo mas profundo de mí, que en realidad volverán
a por mí. Hago acopio de fuerzas y me preparo mentalmente para lo que me
dispongo a hacer, no sé cuántos días han pasado, pero el bucle horrible en que
se han convertido mis noches se repite una y otra vez. Nunca creí que me
pudiese dar miedo el mero hecho de tumbarme en la cama. Resoplo y me recuesto
tapándome con la sabana aceptando el destino que me toca. Cierro los ojos y me
obligo a relajarme e intentar dormir. Poco a poco el sueño me llega y acabo
durmiéndome. Es entonces cuando todo comienza.
…la cuarta noche asumí que estaba
enloqueciendo, la quinta evité el sueño. La sexta, se vengaron por no aparecer
la noche anterior…
Se esconden en las sombras de la
habitación creadas por la luz de la luna, casi invisibles al principio,
pequeñas e inofensivas me observan desde todas las esquinas. No las veo, tengo
los ojos cerrados, pero sé que están ahí. Me vigilan. Trago saliva intentando
mantener los nervios bajo control. Mantengo los ojos cerrados intentando forzar
la inconsciencia del sueño, pero no lo consigo pues noto como me controlan y sé
que si las miro empezaran. Aprieto los parpados intentando no sucumbir a la
presión de abrir los ojos, pero finalmente ocurre y lo hago, me dejo llevar por
la necesidad de cerciorarme de si es verdad que están ahí o por una vez es solo
una paranoia mía. Por desgracia, si están aquí. Se empiezan a mover en cuanto
mi vista las alcanza, sinuosas como serpientes bailando al son de la música del
faquir escalando por la pared. Las tímidas sombras acrecientan su baile
envalentonándose cada vez más, creciendo cada vez más. No hay música, pero
todas van al mismo ritmo convirtiendo las paredes de mi habitación en el marco
de una escena escalofriante. Da igual dónde mire, están ahí: bailando,
observando, creciendo.
Sobre mi cabeza hay más, se dejan
caer sobre mí, pero no me rozan. Una tras otra las veo caer y quedarse a
escasos milímetros de mis ojos antes de replegarse sobre la pared de nuevo. Cuando
ya son tantas que no caben en la pared empiezan a salir de esta convirtiéndose
en voraces seres que se dejan caer al suelo, arrastrándose hasta llegar a mi
cama. Las oigo respirar. Una respiración pesada rítmica cada vez más fuerte. Se
acercan, más y más. Se levantan y rodean mi cama. Siluetas de ojos negros, brillantes
y sin parpados me rodean y observan inmóviles como una muralla que me encierra
en mi cama. Me observan y sus finas y horribles muecas me sonríen haciendo que
escalofríos recorran mi cuerpo. Me abrazo a la sabana como si fuese un escudo
sabiendo que es inútil. Bailan a mi alrededor con movimientos sinuosos y lentos
todas a una vez. Noto el sudor frio bajar por mi nuca empapando las sabanas en
las que me enredo hasta quedarme casi inmóvil por mi propia culpa.
La habitación se enfría, mi corazón
se acelera y su baile se intensifica. Tres puñales fríos se clavan en mis
tobillos haciendo que se me pare la respiración, bajo la mirada con miedo aun
sabiendo que me encontraré. Ahí está. Esa sombra que se ha convertido en la
protagonista de mis pesadillas. Es diferente al resto, esta tiene cuerpo, no es
una sombra pero se parece demasiado a ellas. Un ser de pesadilla sin rostro que
ase mis tobillos con fuerza y me mira
fijamente. No tiene ojos, pero su mirada se clava en mí. De repente, como
caídos de la nada, dos fuertes pesos aprisionan mis brazos sobresaltándome.
Cada noche igual, cada noche peor. Busco con la mirada, no veo nada. Sé que están
aquí, los noto sujetándome, pero no se dejan ver. Los oigo respirar en mi odio,
pero no se dejan ver, la manta se me lía por el cuerpo y las sombras me
sujetan. Empiezo a hiperventilar incapaz de zafarme ni de la manta ni las
sombras, incapaz de escapar de esta pesadilla una vez más. Cierro los ojos con
fuerza de nuevo y agito la cabeza con la esperanza de que hayan desaparecido
cuando los abra de nuevo.
…la séptima noche intenté luchar contra
ellas, la octava intenté esconderme sin éxito y la novena intenté unirme a las
sombras…
Mis brazos siguen sujetos por sombras
que no se dejan ver mientras que otras rodean mi cama, intangibles pero
visibles y por último ella, la última sombra. El ser que parece mandar sobre
los demás y clava sus garras en mis piernas. Su rostro completamente negro, las
cuencas de los ojos vacías, como si fuese una calavera recubierta por una fina
tela, lo que sospecho que es su piel. Noto el frio roce de su piel contra la
mía recorriéndome la pierna, el estómago, el pecho. Una terrorífica y fría
caricia hecha por tres garras recorre mi cuerpo con una delicadeza inquietante.
Su cuerpo sobre el mío, su rostro sobre el mío. Me mira fijamente con sus
garras contra mi garganta. Trago saliva. El corazón me late a tal velocidad que
se puede oír. Intento moverme, pero me es imposible. Intento buscar una salida
con la mirada, pero no la hay. Las lágrimas se escapan de mis ojos, no era
consciente de estar llorando. Evito con la mirada el rostro de la sombra, pero
me obliga a mirarla. No quiero mirar esas cuencas vacías y sumirme en la
oscuridad que hay en ellas. Cierro los ojos con fuerza, pero algo me hace
abrirlos.
Y ahí está la mirada de ese ser
clavados en mí. Un escalofrió recorre todo mi cuerpo sin cesar mientras yo me
pierdo en el miedo y la oscuridad que destellan en sus cuencas. Y entonces empieza
a apretar. Intento coger aire a bocanadas, pero no puedo. Una enorme y macabra
sonrisa se forma en su rostro y un sonido indescriptible sale de esta. Parece estar
riéndose, disfrutando mi sufrimiento. Las lágrimas recorren mi rostro mientras
lucho por liberarme, si no hago algo me asfixiará. El miedo y la ansiedad se
apoderan de mí, no tengo fuerza para luchar contra las sombras. Niego con la cabeza
incapaz de aceptar que es el final. Aprieta con más fuerza, un sudor frío me
empapa y las lágrimas continúan dibujando su camino por mi rostro. La mirada vacía
y la tenebrosa sonrisa son lo último que veo antes de cerrar los ojos.
…la décima noche pensé que lo mejor sería
dejarme ir, aceptar la oferta del sueño eterno que me ofrecían, pero no fui
capaz y seguí luchando. La onceaba decidí que encontraría la manera de librarme
de ellas, la duodécima ocurrió algo extraño…
Cojo aire como si fuese la primera
bocanada de mi vida, llenando mi cuerpo y sintiéndome renacer de nuevo. Toso
mientras me sujetan y me atraganto, pero sigo con vida. El agarre de las
sombras desaparece y solo queda la que hay sobre mí. Me revuelvo hasta quitármela
de encima y quedarme como un ovillo sobre la almohada. La sombra y yo nos
quedamos en la misma posición. Observándonos, inmóviles. El miedo y la
adrenalina recorren mi cuerpo, pero no soy capaz de moverme un ápice. Esto es
nuevo, diferente. Normalmente todas desaparecen a la vez. No se si pasan horas,
minutos o tan solo unos pocos segundos, antes de que se mueva. Hago exactamente
lo mismo. Con movimientos lentos y dubitativos nos evaluamos imitándonos
mutuamente hasta que parece que los mismos hilos nos mueven. La luz de la luna
ya no entra por la ventana y no ha empezado a amanecer, la oscuridad es casi
total, pero su silueta se distingue. Me quedo inmóvil pensando que así todo
terminara, si no me muevo y no me puede imitar quizás así se vaya y yo pueda
robarle a la noche las últimas horas de sueño. La sombra se mueve y noto como
algo en mi se mueve al compás. Se me hiela el cuerpo y el sudor frio de repente
recubre toda mi piel. No me imitaba la sombra a mí sino yo a ella.
Miro fijamente a las cuencas vacías
de sus ojos, con miedo e incapaz de entender que ocurre. Trago saliva de nuevo
e intento controlar la respiración. Me niego a creer que todo el tiempo la
sombra me ha controlado, me niego a aceptar que me he convertido en la marioneta
de ese ser. Decido ser yo quien se mueve y veo a la sombra imitarme a mí, no es
menos preocupante, pero por algún motivo me alegra saber que lo que sea que
está ocurriendo es reciproco. Seguimos evaluándonos y midiendo nuestras fuerzas
desde la distancia que nos permite mi pequeña habitación durante un rato. No se
cuanto duramos haciendo eso pues la extraña danza que compartimos se vuelve
hipnótica. Me acerco y la sombra me imita. El ser da otro paso y soy yo
entonces quien imita el gesto. Poco a poco acabamos encontrándonos a cada lado
de la cama. Observándonos desde la cercanía. Si estiro el brazo me imitara y
nuestras manos se tocarían. Miro con nerviosismo mi mano y la suya dudando de
si hacerlo. Cierro el puño y no se si es porque me ha de imitar o porque
también lo quiere hacer, pero veo la misma duda en la sombra.
La cálida y trémula luz de los
primeros rayos del amanecer empieza a colarse por la ventana. La sombra parece
diferente y poco a poco menos intensa. Tardo en darme cuenta de lo que esta
ocurriendo quizás demasiado ya que pronto acaba desapareciendo por completo. Me
dejo caer sobre la cama, sin saber que creer ni que pensar. Esa extraña
conexión, ese extraño sentimiento de unión y paz que recorría mi cuerpo con
cada paso que daba para acercarnos sigue estando presente. Me acuesto y me
cobijo bajo la manta con una sonrisa en la cara. No entiendo nada, pero por
algún extraño motivo el miedo ha dado paso a la pena y ahora quiero volver a
ver a la sombra. Cierro los ojos y la paz me sume en un placentero sueño.
…No
sé qué ocurrió para que todo cambiase. No sé por qué me eligieron a mí o porqué
veo cada noche las sombras. Solo sé que poco a poco en mi día a día me parezco
más a una de ellas, quizás pronto lo sea. ¿Quién sabe? Sé que es algo extraño y
que cuando lo leas pensaras que son los desvaríos de alguien loco, yo lo sigo
pensando a pesar de las diferentes evaluaciones médicas que me hice que
demostraron lo contrario. Si te ocurre no huyas, no los temas solo empeorarás
las cosas. Acepta que te han elegido y aprende a vivir con ellas. Las sombras
están ahí, a nuestro alrededor, pero se esconden en la oscuridad observándonos
sin que lo sepamos. La próxima vez que creas estar a solas en una habitación
recuerda que en cualquier esquina hay una sombra y por pequeña que sea te
observa.
Escribo
estas líneas poco antes de la media noche de la treceava noche, en breve me
dispongo a irme a la cama, no a dormir si no a unirme a ellas. Quizás, dentro
de poco sea yo quien te observe a ti.
No han pasado dos horas cuando suena
la alarma y me levanto. A pesar de haber dormido muy poco estoy feliz y con
energía. Desayuno con tranquilidad y salgo a la calle de camino a un trabajo
que odio. Paso el día de recado en recado, cada día creo más firmemente que
siempre me encargaran eso: los recados, y nunca tendré un proyecto de verdad en
la empresa. El jefe vuelve a estar de mal humor, esta vez porque la máquina del
café se ha roto, me grita asegurando que es mi trabajo que esas cosas no pasen.
La extraña felicidad que recorre mi cuerpo desde la madrugada impide que me
molesten sus gritos. La jornada acaba y llego a casa y me preparo para hacer
todo lo que tenia planeado. Esta noche, será la última, me iré con las sombras.
Buenas
noches y dulces sueños.
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